lunes, 31 de marzo de 2014

La otra historia en Hansel y Gretel





En los cuentos clásicos nunca se dicen «te quiero», lo que hacen es demostrar ese amor dándose alimento. Es un amor básico, primario, muy relacionado con el contacto de la madre que alimenta al hijo.
En ese contexto los cuentos muestran también a «antimadres» que, en vez de alimentar y cuidar a los niños, se los comen (como en el caso de las brujas), o los maltratan o abandonan ( el caso de las madrastras).


En el cuento de Hansel y Gretel tenemos una antimadre que decide que, como no hay suficiente comida, los niños han de ser abandonados. Pero, ¿y el padre? Ya hablaremos de los padres de los cuentos en otra ocasión porque da para un capítulo extra. Él acepta la situación, aunque de una manera ambigua, como si fuese más una marioneta que un hombre hecho y derecho que debería tener opiniones firmes, y más en lo que respecta al bienestar de sus hijos. En cierta forma, igual que podemos ver en Cenicienta, el padre está y no está, es una figura fantasmal que, sin perder su carácter supuestamente benévolo, no hace nada por evitar la desgracia de sus hijos.

Como sabemos, los niños usan migas de pan para mantener el vínculo con el hogar, pero éstas desaparecen al comérselas los pájaros (de nuevo el alimento) y los niños se pierden en el bosque. (Hablamos del segundo intento de abandono por parte de los padres, en el primero, los niños usaron piedras y lograron regresar a casa).
Hansel y Gretel mantienen la esperanza de regresar, incluso entonces, y encuentran una casa de caramelo, que, como sabemos, es en realidad una trampa de una bruja. La casa por tanto, no es el alimento-amor de la madre, sino el veneno de la antimadre. 


Pasan cuatro semanas en las que la bruja trata de cebar al niño sin resultado y, pese a que Hansel, según el truco del hueso, parece seguir flaco, decide comérselo igual.
El horno es un símbolo femenino, y a sus entrañas empuja Gretel a la bruja. Así consiguen su final feliz, que encima, aún resulta más alegre de lo esperado: Al regresar descubren que la madrastra ha muerto, por lo que el amor familiar vuelve a ser posible y perfecto.

Y aún podemos hilar más fino. Según los complejos de Edipo y Electra defendidos por Freud y Jung, muchos niños fantasean con el amor de sus padres, con casarse con ellos cuando crezcan y hacer desaparecer al «competidor». Podemos ver que Gretel desde el inicio quiere más atención del padre, pero desear la muerte de la madre es un deseo ilícito ya que es la que le ha alimentado. Incluso, si lo que nos ofrece el relato es una madrastra, la prohibición se mantiene ya que el hecho de que haga feliz al padre lo convierte de nuevo en un mal deseo que no debe verbalizarse. La cosa cambia con la bruja a la que no se reviste con ningún valor social que la redima, ella es la antimadre por excelencia. La que se come a los niños en vez de alimentarlos, a esa si se la puede querer ver muerta e incluso empujarla para que se consuma en su propia trampa.
De todas formas, en este cuento es inevitable relacionar las figuras de la madre y de la madrastra. Sobre todo debido a la forma en que las muertes de ambas  se encadenan dejando a Gretel todo el amor de su padre para ella sola.
Es decir, en esta historia hay un trasfondo terrible de un deseo que no puede expresarse pero que asoma de manera simbólica.

Como nota final aclaremos que en la primera edición de los Grimm en 1812 la mujer era «la madre», sin más. Fue en la séptima edición de 1857 cuando se convirtió en madrastra. Se pretendía con ello quizás mantener puro el ideal de Madre






Fuente: 
Cuentos de los hermanos Grimm para todas las edades de Philip Pullman


Professor Eric Rabkin (universidad de Michigan)
Imágenes:































Fotos de Diego Calvi: Gloria T. Dauden en uno de sus días brujeriles ;)
Ilustración de Alexander Zick. 

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La sexualidad en el mundo cristiano de la época medieval (I)


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